‘El espíritu de la colmena’ y ‘Estiu 1993’: miradas de inocencia

Muchas reflexiones y teorías cinematográficas empiezan por un intento de descripción del cine. En función del tema a tratar, nos será más conveniente elegir una u otra manera de pensar el medio: un arte, una industria, un lenguaje, una élite, un reflejo, una máquina de evasiones, un formato, o tantas y tantas más. Para nosotros —utilizando esta táctica ventajista— el cine es, ante todo, una manera de mirar. La mirada del director, la mirada de los diferentes jefes de los departamentos técnicos que componen la producción de una película, la mirada de los productores…Un conjunto de perspectivas que terminan por crear una película lista para ser sometida a la mirada del público.

De todas esas maneras de ver que componen el proceso cinematográfico, a nosotros nos interesa una en concreto: la mirada de los actores. Afinando todavía más, la mirada de dos actrices que han interpretado a dos niñas cuyos ojos tenían mucho que revelar: Ana Torrent, Ana en El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1976); y Laia Artigas, Frida en Estiu 1993 (Carla Simón, 2017).

Los ojos de Ana miran un país en ruinas tras la Guerra Civil, aunque, quizás, ella no sea del todo consciente. Lo que sí sabe que está viendo son los inmensos campos de Castilla en los que no hay nada más que un montón de espacio vacío para correr; o las cautivadoras imágenes del monstruo de Frankenstein que parpadean en la pantalla de un modesto cine ambulante. Frida también tiene que crecer entre unas ruinas: las de su familia. Los duros años en los que el sida causaba estragos es la tragedia a la que tiene que asistir con la misma incomprensión de Ana. Frida pierde a sus padres y sus ojos deben empezar a mirar a sus tíos y su prima como su nuevo hogar, su nueva familia.

Ana mira a su hermana y compañera de juegos. Ve su casoplón rural acumulando decadencia sobre sus muebles, ventanas y puertas. Mira con inocencia a sus padres, presas de un extraño abatimiento que, probablemente, la pequeña Ana aún no sepa identificar como los signos de una derrota. Frida mira a su prima sin conseguir del todo ver a una hermana. Ve a la competidora por un cariño materno y paterno que le es extrañamente complicado de encontrar en unos tíos a los que debe a acostumbrarse a mirar como padres. Frida tampoco es capaz de descifrar entre los gestos de su familia el duelo ni la necesidad de adaptación a una realidad completamente distinta.

Los ojos de Ana son demasiado jóvenes e inexpertos para procesar los horrores que pasan frente a ellos. Por eso, cuando conoce a un republicano que huye, y al que luego se encuentra muerto a manos de los fascistas, su fantasía no es capaz de ver otra cosa que a aquel monstruo de Frankenstein que tanto fascinó su mirada. La incapacidad de mirar de frente a la realidad le obliga a convertirla en una película. Frida, por su parte, es un personaje de ficción creado por Carla Simón basado en su propia experiencia; una mirada a atrás que recurre al cine para ver de frente la realidad.

La mirada, está claro, es un elemento importantísimo. No es casual que Erice busque una y otra vez el primer plano de los cautivadores ojos de Ana Torrent; como tampoco lo es que Simón coloque la cámara a la inusual altura de los ojos de una niña, aunque ello suponga sacar de plano los rostros de los actores adultos. Hacer y consumir cine es mirar. Con cierta inquietud, con mucha intención y, los que tienen verdadero talento, con mucha belleza. Tanta como derrochan El espíritu de la colmena y Estiu 1993, dos auténticos manifiestos sobre la realidad ante los ojos de una niña.

Texto: Javier Osuna Jara.
Ilustraciones: Ana Vidal Rodríguez.

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